Los pueblos que ocupaban el territorio que hoy es Polonia, en la antigüedad, eran los germanos del norte y los escitas. Durante los siglos VI y VII fueron invadidos por tribus eslavas, conocidas como lettones o lechos, que más tarde se unieron con el nombre de polenos o polacos, aunque no comenzaron a formar un estado único hasta el siglo VIII. Desde el año 842, fueron gobernados por duques de la familia Piast, que sustrayéndose de la soberanía de Alemania, tomaron más tarde el título de reyes. Los gobernantes sucesivos, o bien controlaron también las comarcas limítrofes o fueron elevados al trono por dinastías extranjeras. Hacia 980 se introdujo el cristianismo.
Polonia fue regida en varios momentos tanto por duques (c. 962-1025, 1032-1076, 1079-1295, 1296-1300) como por reyes (1025-1032, 1076-1079, 1295-1296, 1300-1305 e 1320-1795). Durante el último período, una tradición de elección libre de monarcas la convirtió en una nación única en Europa (siglos XVI-XVIII).
El nacimiento de Polonia como nación independiente coincide con el ascenso del duque Miecislao I[1] y la adopción del cristianismo bajo la autoridad de Roma en el año 966. Le sucedió su hijo, Boleslao I el Bravo, quien amplió enormemente los límites del Estado polaco y gobernó como el primer rey en 1025. Los siglos siguientes dieron lugar a la poderosa dinastía de los Piastas (c. 962-1370), que constó tanto de reyes —Miecislao II, Premislao II o Vladislao I el Breve— o duques —Boleslao III Wrymouth—. La dinastía dejó de existir con la muerte de Casimiro III el Grande en 1370. En el mismo año, la Casa Capeta de Anjou se convirtió en la casa gobernante con Luis I como rey tanto de Polonia y Hungría. Su hija, Jadwiga, se casó más tarde con Jogaila, el pagano gran duque de Lituania, que en 1386 fue bautizado y coronado como Vladislao II Jagellón, creando así la dinastía Jagellón (1386-1572) y una unión personal entre Polonia y Lituania.
Durante el reinado de Casimiro IV Jagellón y Segismundo I el Viejo, la cultura floreció y las ciudades se desarrollaron. Esta era de progreso, también conocida como el Renacimiento polaco, continuó hasta la Unión de Lublin bajo Segismundo II Augusto, que marcó extraoficialmente el final de la Edad de Oro de Polonia. Después de la muerte del último rey jagelloniano, la Mancomunidad de Polonia-Lituania se convirtió en una monarquía electiva siendo en su mayoría extranjeros los elegidos como monarcas, como Enrique III de Francia, que presenció la introducción de la Libertad Dorada y Esteban I Báthory, un gran comandante militar que fortaleció la nación.
El gobierno significativo de la dinastía Vasa inicialmente expandió la Mancomunidad, desarrollando las artes y la artesanía, así como los intercambios y el comercio. El rey Segismundo III Vasa, un gobernante talentoso pero un tanto despótico, involucró al país en muchas guerras, lo que posteriormente resultó en la captura exitosa de Moscú y la pérdida de Livonia frente a Suecia. Su hijo, Vladislao IV, defendió ferozmente las fronteras de la Mancomunidad y continuó la política de su padre hasta la muerte, a diferencia de Juan II Casimiro, cuya trágico gobierno forzó su abdicación.
La elección de Juan III Sobieski para el trono de Polonia fue un gran éxito. Sus brillantes tácticas militares condujeron a la victoria en Viena en 1683 y a la recuperación parcial de tierras del Imperio otomano. Sin embargo, los años que siguieron no tuvieron tanto éxito: el gobierno largo e ineficaz de la Casa de Wettin (Augusto II el Fuerte y Augusto III) colocó a la Mancomunidad bajo la influencia de Sajonia y el Imperio ruso. La disputa adicional con la nobleza rebelde (szlachta) y más notablemente Estanislao I Leszczynski y Francia disminuyó la influencia de Polonia-Lituania en la región. Esto condujo a las particiones que ocurrieron bajo el rey Estanislao II Poniatowski, otro monarca ilustrado, pero ineficaz. El reino de Polonia finalizó con la tercera partición del país, entre Austria, Prusia y Rusia, en 1795.
El último soberano fue Federico Augusto I como duque de Varsovia, quien a lo largo de su carrera política intentó rehabilitar al Estado polaco. Al final de la Primera Guerra Mundial, la Segunda república de Polonia declaró la independencia en 1918 y la monarquía fue abolida y se estableció una autoridad republicana parlamentaria.