Las ceras biológicas son ésteres de los ácidos grasos de cadena larga (C14-C36) con alcoholes de peso molecular elevado, es decir, de cadena larga (C16 a C30). Son moléculas que se obtienen por esterificación, reacción química entre un ácido carboxílico y un alcohol. Entre los ácidos grasos más frecuentes destacan: ácido palmítico (C16), ácido esteárico (C18), ácido lignocérico (C24) y ácido melísico (C30). Entre los alcoholes más frecuentes, destacan: alcohol cetílico (C16), alcohol cerílico (C26) y alcohol mirícico (C30). Sus puntos de fusión (60-100 °C) son generalmente más elevados que los de los triacilgliceroles.[1] Son sustancias insolubles en agua pero solubles en disolventes no polares, orgánicos. Todas las ceras son compuestos orgánicos, tanto sintéticos como de origen natural. No se enrancian, ya que no contienen insaturaciones susceptibles a oxidación.
En los animales la cera recubre la superficie del cuerpo, piel, plumas, etc. En vegetales las ceras recubren en la epidermis de frutos, tallos, junto con la cutícula o la suberina, que evitan la pérdida de agua por evaporación en las plantas. Otro ejemplo es la cera de abeja, constituida por un alcohol de cadena larga como el alcohol de miricilo (1-Triacontanol, C30H61OH) y ácido palmítico (CH3(CH2)14COOH). Los organismos que forman plancton son ricos en ceras, por esta razón, animales marinos de regiones frías, cuyo alimento principal es el plancton, acumulan ceras como principal reserva energética.[1]