El convenio de Lucca (15 de abril de 56 a. C.) fue el acuerdo informal al que llegaron en ese municipio romano Julio César, Pompeyo y Craso para reactivar el primer triunvirato, que tras una serie de tensiones se encontraba seriamente amenazado. En él participaron no solo los tres dinastas, sino que trató de una verdadera cumbre que reunió a más de doscientos senadores: un tercio del Senado.
César convocó la conferencia en Lucca, situado en la frontera de la Galia Cisalpina con Italia, ya que como procónsul de las Galias no podía abandonar su provincia sin renunciar a su imperium. El resultado fue la renovación efectiva del pacto de amicitia política entre Julio César, Pompeyo y Craso: las tres partes se apoyarían mutuamente para obtener magistraturas y aprobar leyes, a fin de aumentar su poder y beneficios. De tal manera, César avaló la candidatura de Pompeyo y Craso para el consulado del año siguiente, así como un imperium proconsular extraordinario en las dos Hispanias y en Siria, respectivamente (leges Trebonia y Licinia). Ambos correspondieron concediendo a César una prórroga de cinco años en su mandato como procónsul en las Galias (lex Licinia Pompeia). La estrategia cesariana estaba pensada para alejar del centro político a sus eventuales amigos, pero en realidad máximos rivales políticos. Mientras que Craso partió a Oriente en busca de la gloria marcial, Pompeyo prefirió permanecer en Italia recabando apoyos y reclutando tropas en anticipación del regreso triunfal de César, dejando el gobierno de Hispania en manos de sus legados. Este hecho llevó a Jerôme Carcopino a considerar que el futuro dictador fue el principal beneficiario del acuerdo, burlando a sus colegas.[1]
El triunvirato renovado en Lucca pronto quedó en entredicho con el distanciamiento de Pompeyo y César y la muerte de Craso en la batalla de Carras (53 a. C.), hecho que los optimates aprovecharon para atraer a Pompeyo a su causa.