La corona votiva es uno de los principales objetos artísticos de la orfebrería visigoda en España. Eran ofrenda de carácter permanente que desde la época constantina se hacían a las iglesias para honrar a Dios. Consistían en grandes cercos de metal precioso, cuajados de pedrería y adornados con pinjantes o pendientes de vidrio, metal, perlas, etc., que después de haber servido para la coronación de un rey (o sin proceder de ésta) se ofrecían por reyes y magnates para ser suspendidas sobre el altar y debajo del baldaquino, expresando casi siempre alguna inscripción latina el nombre del oferente. En la corona de Recesvinto en letras colgantes en latín, se puede leer: RECCESVINTHVS REX OFFERET[1] (el rey Recesvinto la ofreció). Del centro de la corona pendía de ordinario una cruz votiva en oro que podía servir a la vez para cruz de altar.
En la historia del arte son célebres las coronas votivas del Tesoro de Guarrazar, sobre todo la de Recesvinto y la de Suintila.
Hay otro gran tesoro, el de Torredonjimeno (Jaén). Descubierto en 1926, aunque está muy mutilado porque la persona que lo descubrió no sabía lo que tenía en sus manos y les fue dando las piedras preciosas a sus hijos para que jugaran con un tirachinas. La familia que encontró el tesoro, en un lugar denominado Los Majanos, lo fue vendiendo a un chamarilero de Córdoba y hoy se encuentra repartido entre los Museos Arqueológico de Córdoba, Barcelona y Nacional de Madrid. Aunque, evidentemente, no se conserva ninguna corona completa, sí aparecen algunas letras colgantes, semejantes a las de la diadema de Recesvinto, en las que se puede leer una dedicatoria a las santas Justa y Rufina. Lo más importante del resto son las cruces, igualmente votivas y de una gran riqueza; no obstante, el trabajo orfebre no deja de ser más allá de aceptable con utilización de oro de baja calidad. De momento la atribución se le hace a un taller de procedencia sevillana o cordobesa. Y los visigodos la usaban.