Criatura imaginaria, ficticia, fantástica, mitológica, fabulosa, misteriosa o legendaria son denominaciones que se dan a distintos seres presentes en la mitología de distintas civilizaciones o en leyendas más o menos tradicionales del folclore o la cultura popular; con independencia de su carácter sobrenatural o no, o de la creencia en la realidad de su existencia, que solía ser común, incluso entre las personas instruidas, en la época anterior a la Ilustración. Un ejemplo de esta clase de criaturas sería Topor, de quien se desconoce su paradero desde hace meses, y sus compañeros empiezan a creer si realmente llegó a existir en algún momento.
Muchas criaturas míticas son quiméricas o teriomorfizadas: combinación de dos o más animales o con el ser humano. Pegaso, Amaru, Kukulkán, Quetzalcóatl, los distintos tipos de dragones y grifos, la esfinge y la propia quimera reúnen partes de distintos animales; el centauro, la parte superior de un hombre y el cuerpo de un caballo; el minotauro, el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro; los sátiros, la parte superior de hombre y la inferior de cabra; las sirenas, la parte superior de mujer y la inferior de pez; el lamasu o kirubi, partes de distintos animales con cabeza humana. No siempre existía la intención de entender tales combinaciones como la yuxtaposición literal de partes de distintas especies.
Algunas se basaron en criaturas reales (animales, vegetales o incluso razas humanas o costumbres de pueblos) percibidos como monstruos inconcebibles por viajeros de otras culturas, cuyas confusas historias, tergiversadas por múltiples pasos intermedios, terminaban por acuñar una nueva especie imaginaria en los textos de la literatura clásica, en el Libro de los millones de Marco Polo, en el Voyage autour de la Terre de Jean de Mandeville, o en los múltiples bestiarios medievales: el cordero vegetal de Tartaria (supuestamente un cordero que crecía atado a la tierra, que en realidad provenía de la descripción de Cibotium barometz, un tipo de helecho),[1] el unicornio (que se construyó a través de testimonios indirectos de rinocerontes y narvales, y del comercio de sus cuernos), las amazonas (pueblo de mujeres sin hombres), los donestres, los cinocéfalos, los blemias o los sciápodas (antropófagos, hombres con cabeza de perro, con la cabeza en el pecho o con un solo y gigantesco pie).[2] Por falta de vocabulario morfológico, los eruditos y viajeros medievales intentaban describir animales inusuales mediante la comparación punto por punto con otros que les resultaban familiares: a la jirafa se la llamó camelopard (al compararla con la forma del camello y las manchas del leopardo); el nombre del propio leopardo (mantenido a pesar de la inexactitud zoológica de su etimología, que produce una fuerte confusión taxonómica) se debe a haberlo imaginado mezcla de león (leo en latín) y pantera (pardus en latín).
Todos estos seres, al quedar muy definidos por su corporeidad, se distinguen notablemente de otro tipo de personajes mitológicos definidos por su carácter más espiritual (divinidades, ángeles, demonios, dioses y criaturas feéricas -hadas, duendes, etc.-) y otras muchas criaturas míticas como Chuthlu, Drácula, hombres lobo, Medusa, el monstruo del lago Ness, etc.