El ecumenismo es la tendencia o movimiento que busca la instauración de la unidad de los cristianos, es decir, la unidad de las distintas confesiones religiosas cristianas «históricas»,[1] separadas desde los grandes cismas. Del griego antiguo «οἰκουμένη» (oikoumenē, aunque se pronuncia (en griego moderno) ikuméni, «tierra habitada»). Si bien el vocablo oikoumenē se utilizó desde los tiempos del Imperio romano para expresar la totalidad de las tierras conquistadas, el mundo como unidad, en la actualidad la palabra «ecumenismo» tiene una significación eminentemente religiosa, y se usa para aludir a los movimientos existentes en el seno del cristianismo cuyo propósito consiste en la unificación de las distintas denominaciones cristianas que se hallan separadas por cuestiones de doctrina, de historia, de tradición o de práctica.
El ecumenismo es diferente del diálogo interreligioso; del cual no se debe confundir, pues este último consiste en la búsqueda de cooperación entre diferentes religiones (tanto las religiones abrahámicas —judaísmo, cristianismo e islam— como otras).[2][3][4]
En el sentir de numerosas personalidades cristianas del último siglo, el ecumenismo constituye un camino de superación de las divisiones entre los cristianos, en orden al cumplimiento del mandato de Cristo: «[...] que todos sean uno [...]» (Juan 17, 21).[5] Aunque ya en el siglo XVIII, Gottfried Leibniz abogaba por el ecumenismo entendido como ideal de vida.[6][7]
Entre las muchas personalidades relevantes que tienen o tuvieron influencia en el desarrollo de la conciencia ecuménica se encuentran Robert Gardiner, el teólogo Yves Congar, el hermano Roger Schutz —fundador de la Comunidad ecuménica de Taizé—, Chiara Lubich —fundadora del Movimiento de los Focolares—, el patriarca Atenágoras I, los papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, y el arzobispo de Canterbury Rowan Williams.