La epidemia de opiáceos, también conocida como la crisis de los opiáceos, es el rápido aumento en el uso excesivo, mal uso/abuso y muertes por sobredosis atribuidas en parte o en su totalidad a la clase de drogas opiáceos/opioides desde la década de 1990. Incluye las importantes consecuencias médicas, sociales, psicológicas y económicas del abuso médico, no médico y recreativo de estos medicamentos.
Los opioides son una clase diversa de analgésicos moderados a fuertes, que incluyen oxicodona (comúnmente vendida bajo los nombres comerciales OxyContin y Percocet), hidrocodona (Vicodin, Norco) y fentanilo, que es un analgésico muy fuerte que se sintetiza para parecerse a otros opiáceos como morfina y heroína derivadas del opio.[1] La potencia y disponibilidad de estas sustancias, a pesar del riesgo potencial de adicción y sobredosis, las ha hecho populares como tratamientos médicos y como drogas recreativas. Debido a los efectos sedantes de los opioides en el centro respiratorio del bulbo raquídeo, los opioides en dosis altas presentan el potencial de depresión respiratoria y pueden causar insuficiencia respiratoria y muerte.
Los opioides son altamente efectivos para tratar el dolor agudo,[2] pero existe un fuerte debate sobre si son efectivos para tratar el dolor crónico o intratable de alto impacto,[3] ya que los riesgos pueden superar los beneficios
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