La fiebre del oro australiana comenzó en 1851, cuando el buscador de oro Edward Hammond Hargraves anunció el descubrimiento de oro en cercanías de Bathurst, Nueva Gales del Sur, en un sitio que Edward Hargraves denominó Ophir.
Seis meses más tarde, se encontró oro en Victoria. Con anterioridad al descubrimiento de Hargraves, gran cantidad de oro había sido descubierto por otros, incluyendo al reverendo WB Clarke en 1841 con descubrimientos adicionales en 1844. Cuando Clarke le informó de su descubrimiento a George Gipps el gobernador de Nueva Gales del Sur, Gipps le dijo a Clarke: «¡Escóndalo, señor Clarke, o nos cortarán la garganta!». El hallazgo de oro en una sociedad de convictos no era una noticia buena. Si bien los gobiernos de NSW y Victoria posteriormente premiaron a Clarke por su contribución, sus premios financieros no fueron de la talla de los que obtuvo Hargraves.