El fusil de combate, cuyo nombre en inglés es "battle rifle", es un tipo de fusil militar de uso generalizado en los ejércitos del mundo hasta la paulatina implantación del fusil de asalto. Generalmente en Occidente el calibre utilizado ha sido el 7,62 × 51 mm OTAN y su homólogo soviético, el 7.62 × 54 mm R en los países que formaron parte del Pacto de Varsovia.
El fusil de combate es de mayor calibre y alcance que el fusil de asalto. Y por lo tanto, más adecuado para disparos de cierto alcance, considerándose eficaces a 700 metros o más. Sin embargo, no suele ser apto para disparar en ráfagas debido a la dificultad que su calibre de gran potencia presenta a la hora de controlar el enorme retroceso producido por el arma.
Sin embargo, estadísticamente se ha concluido que la mayoría de combates se realizan a la mitad o menos de esa distancia. Dentro de esas distancias más cortas, que van de 100 a 200 metros, el fusil de asalto tiene alcance y potencia adecuados, y además aventaja al fusil de combate en cuanto al peso inferior de la munición y del arma en sí misma. Especialmente, el control del retroceso del arma sobre todo disparando en ráfaga. El menor peso y tamaño de la munición permite llevar al operador del arma el doble de cartuchos con el mismo peso.
A pesar de la entrada de los fusiles de asalto, muchos ejércitos siguen utilizando estas armas, por diferentes motivos, entre ellos por falta de presupuesto o por considerarlos adecuados para continuar en servicio. De hecho, los conflictos recientes en Afganistán han puesto de manifiesto la utilidad táctica de estos fusiles, puesto que las distancias de contacto son superiores a las de otros conflictos. Además la energía cinética del proyectil permite penetrar mejor paredes u otros obstáculos en los que el enemigo pudiese querer parapetarse. Las recientes innovaciones en protección balística hacen creer que el calibre 5,56 × 45 mm OTAN no tiene el poder de detención suficiente.