Los lemas del franquismo son los lemas con los que se resumía la ideología de la dictadura franquista, que, aunque tuvo distintos componentes (tradicionalismo, nacionalcatolicismo, militarismo o nacionalsindicalismo), utilizaba especialmente en sus movilizaciones populares la ideología falangista, muy adecuada para su plasmación en lemas, ya que mostraba una cierta aversión a los programas políticos y se planteaba como más partidaria del irracionalismo, la acción y la simplificación.[1]
Aunque tuvieron su origen en la actividad de distintos partidos e intelectuales nacionalistas de derecha durante la Segunda República Española, la utilización de estos lemas se generalizó y demostró su mayor eficacia como elemento propagandístico, movilizador y conformador de la mentalidad del bando sublevado durante la guerra civil española (1936-1939), y fueron constantemente usados como gritos patrióticos durante el franquismo (1939-1975).
Además de la victoria militar, fue un decisivo éxito propagandístico del bando «sublevado» o «franquista» la identificación con el término «nacional» y con el mismo concepto de España, prolongado durante su larga permanencia en el poder en ausencia de todo cuestionamiento público, más allá de la oposición clandestina.[2] En el interior del régimen tampoco había una ciega adhesión a semejantes simplificaciones, como probó el libro España como problema, del intelectual falangista Pedro Laín Entralgo, contestado desde la más rígida ortodoxia por Rafael Calvo Serer, con su España sin problema (ambos en el año 1949; véase Ser de España), pero esta última era la única postura posible si lo que se quería era mantener algún grado de participación en el poder: «adhesión inquebrantable», como dejaba claro Luis Carrero Blanco, refiriéndose al propio Franco y todo lo que este encarnaba:
[...] mi lealtad a su persona y a su obra es totalmente clara y limpia, sin sombra de ningún íntimo condicionamiento ni mácula de reserva mental alguna [...][3]
Como reacción, desde la Transición, no solo se abandonaron los lemas y símbolos franquistas, sino que también decayó el uso de los símbolos nacionales españoles, e incluso la misma referencia a «España» fue sustituida muy frecuentemente por eufemismos (como «este país», expresión ya existente en tiempos de Larra),[4] mientras los de los nacionalismos periféricos proliferaban.[5]
S. Ellwood descubre que en el mismo nombre adoptado por el partido pueden apreciarse los rasgos nacionalistas, tradicionalistas y militaristas del nuevo movimiento político, señalando que los elementos básicos del pensamiento falangista eran el nacionalismo, fundado en el mito de la unidad y contrario a las peculiaridades autonómicas; el imperialismo, basado en una visión metafísica y nostálgica del pasado histórico, y el catolicismo de rancio cuño. Además de todo ello, una visión autoritaria de la disciplina tendría su lógica plasmación en la admiración por los valores castrenses, que, aplicados al cuerpo social, justificarían un proyecto de ordenación basado en criterios elitistas y funcionales. Ciertamente, Franco valoraría estos rasgos para mantener a la Falange, si bien integrada en el Movimiento. Cabe señalar dos últimas notas propias de la ideología falangista: el antimarxismo y el irracionalismo.Manuel ORTIZ y Nicolás ENCARNA: La dictadura franquista (19391975) de la Universidad de Castilla la Mancha
Hay intentos más sistemáticos en concreto sobre el irracionalismo de Falange:
Una interesante aportación fue la realizada por Ricardo Chueca desde un enfoque metodológico muy distinto en donde el derecho y el pertinaz intento de demostración del irracionalismo filosófico de la Falange consumen demasiadas páginasElías GARCÍA DE SANTOS: «En torno a la Falange: bibliografía (I)», en El rastro de la Historia, n.º 9
La particular combinación y relevancia de elementos cívicos de identificación, tanto en el nivel nacional como en el europeo, proviene, en parte, del rechazo a muchos de los elementos clásicos de nacionalismo, dado el abuso de los mismos por parte del régimen de Franco. De este modo, la representación de España no es fácil para muchos españoles, que se ven forzados a diferenciar constantemente entre el (legítimo) orgullo nacional y el (censurado) nacionalismo. Esto ha resultado también en un discurso público por parte de las élites políticas y los medios de comunicación social en el que la idea o el concepto de «nación española» está vedado. Alternativamente, las élites tienden a usar términos políticamente más correctos como «este país», el «estado español» y utilizar símbolos inclusivos como la constitución, en detrimento de la bandera, el himno, el ejército etc (Jáuregui 2002, Ruiz Jiménez 2002), todo lo cual viene a reforzar la importancia de estos elementos en la identificación nacional de los españoles. De manera semejante, la entrada de España en la CEE, se vio no solo como una oportunidad económica, sino como un símbolo de los valores democráticos que contribuiría a reforzarlos y consolidarlos en España. De este modo, también en el nivel europeo, los valores cívicos (respeto por los derechos y deberes de la democracia entre otros) adquirieron importancia para la identidad con Europa (véase Jáuregui 2002).