«Mano invisible» es una metáfora inspirada en el filósofo moral escocés Adam Smith que describe los incentivos que los mercados libres suelen crear para que las personas con intereses propios actúen en pro del interés público.[1] Fue acuñada en su La teoría de los sentimientos morales (1759), y popularizada gracias a su obra magna, La riqueza de las naciones (1776), a pesar de que solamente aparece una vez en cada uno de dichos textos, en relación con las restricciones a la importación:
Los ricos solo seleccionan del montón lo más preciado y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque solo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, comparten con los pobres el fruto de todos sus progresos. Son conducidos por una mano invisible a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiera estado repartida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y entonces sin pretenderlo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie.Teoría de los sentimientos morales, parte IV, cap. I, pp. 184-185, para. 10.
En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él no intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él solo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad para producir el máximo valor, él busca su propio beneficio; pero en este caso como en otros muchos, una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si deliberadamente intentase fomentarlo.La riqueza de las naciones, libro IV, cap. II, pp. 456-457, para. 9.
Generalmente, se acepta que tanto la teoría de la mano invisible como el laissez faire —expresión popularizada por el fisiócrata Vincent de Gournay en la década de 1750— representan los fundamentos ideológicos del liberalismo clásico, aunque esta última expresión no se menciona ni dogmática ni literalmente en ningún trabajo de Adam Smith (ni tampoco en los trabajos de otros economistas de la misma corriente, como David Ricardo o Thomas Malthus).
En su Teoría de los sentimientos morales, Smith aduce que, contrariamente a lo asegurado por Thomas Hobbes, el egoísmo psicológico no constituye las bases de todo comportamiento humano, sino que esas se encuentran en el proceso de simpatía (o empatía), a través del cual un sujeto es capaz de ponerse en el lugar de otro, aun cuando no obtenga beneficio de ello. Lo anterior, junto a un egoísmo racional, llevaría indirectamente al bienestar general de las sociedades a través del proceso de una mano invisible. Posteriormente, en La riqueza de las naciones, Smith profundiza o modifica esta lógica, indicando que dicho proceso se ve expresado a través de la competencia y de otros mecanismos que serían capaces por sí mismos de asignar con eficiencia y equidad tanto los recursos como el producto de la actividad económica. (ver eficiencia económica). Esta aparente modificación o contradicción en la propuesta ha dado origen al llamado problema de Smith: «El “problema de Smith” es fruto de lecturas positivistas que no consideran el contexto general ni las interrelaciones existentes entre las distintas partes del programa de investigación smithiano. En realidad, se puede comprobar que existen muy importantes analogías entre la configuración social propuesta en La teoría de los sentimientos morales y la armonía del mercado de La riqueza de las naciones, hasta el punto de que forman parte de un mismo paradigma».[2]
La sugerencia de la mano invisible, como generalmente se la entiende, supone la acumulación de la problemática de la justicia social —independientemente de la acción al respecto por el Estado— solo en la política económica o, más específicamente, en la actividad económica por sí sola. Según esta visión, la mano invisible compensa las acciones y regula las conformaciones sociales.
Posteriormente, ya en pleno siglo XX el economista de la escuela austriaca Friedrich Hayek buscó reemplazar o complementar la sugerencia con la de un «orden espontáneo», que conduciría a «una asignación más eficiente de los recursos de la sociedad que cualquier diseño puede lograr».[3]
Sin embargo, algunos críticos han expresado que tal «orden espontáneo» carece de cualquier fundamento moral o ético,[4][5][6] aspecto que es central a la posición de Smith y posiblemente a cualquier tentativa de justificar sus propuestas económicas en términos de «dar a cada cual lo que corresponde».[7]
Para Smith ese elemento de justicia tiene una función fundamental como «el pilar principal que mantiene todo el edificio» (de la vida social) (véase Teoría de los sentimientos morales), es decir, es el fundamento que hace posible mantener una cohesión social; cohesión que sustenta el orden público necesario —en la opinión de Smith— para asegurar el buen funcionamiento económico.[8]