La pintura del Quattrocento se enmarca dentro del Primer Renacimiento. Se desarrolló, como su nombre indica, en la Italia del siglo XV. Sus características principales son, junto a la evocación de lo antiguo, la observación de la naturaleza de manera que se pueda reflejar fielmente en la pintura. El dominio de la perspectiva hace que se supere la bidimensionalidad de la superficie pictórica.